El salvo queda liberado al entrar en la consciencia y en el disfrute de la provisión de Espíritu en él.
Esta presencia es el privilegio de todo hijo de Dios, que debe vivir entonces según el Espíritu (Ro. 8:9).
Así, aunque verdaderamente la erradicación del “hombre viejo” solo tendrá lugar para el cristiano en la muerte física, el creyente tiene el privilegio de andar en el poder de la nueva vida en resurrección en Cristo, y por lo tanto, de considerarse en la práctica “muerto al pecado”.
De esta manera, el creyente, puede vivir una vida victoriosa; aunque se debe tener en cuenta que el andar del cristiano está continuamente sostenido por Cristo y guardados por el poder de Dios para salvación (1 P. 1:5), y con el Espíritu Santo, que puede santificarnos por completo y guardarnos para la venida de nuestro Señor Jesucristo. El cristiano puede así vivir una vida grata a Dios.
En cuanto a la importancia de la santidad del creyente, es importante recordar que Cristo volverá <para ser glorificado en sus santos> (1 Ts. 1:10).
Esta plenitud del Espíritu se obtiene mediante la fe, al <beber el agua viva del Espíritu> (Jn. 7:37-39). No es esta la experiencia de un instante, sino que tiene que ser renovada cada día, ante cada necesidad, hasta que llegue el momento de nuestra transformación completa a imagen de Dios en su presencia (Ef. 3:16-21). Para andar no según la carne, sino según el Espíritu para la gloria de Dios.
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